Tanto Berlusconi como Papandreu fueron elegidos por sus conciudadanos para ocupar el poder mediante votación en elecciones democráticas. Está en el conocimiento de todos el uso de ese poder por Berlusconi, pero que ni las manifestaciones ciudadanas, ni las huelgas, ni las sentadas lo echaron del poder. Papendreu, en un rasgo de honradez y para plantear las exigencias del neoliberalismo (FMI, BCE, UE), quiso convocar un referéndum para que el pueblo que lo votó democráticamente se manifestara si quería los draconianos recortes sociales que le exigían a cambio de ayudas económicas, pero no se lo permitieron. Tampoco sirvió para irse las continuas huelgas generales sufridas por Grecia. A uno y otro, sin embargo, los destituye el mercado, no el mercado de la economía real, sino el mercado financiero, ese que ha dado lugar a la gran crisis que padecemos. Y en ambos casos por haberse enfrentado, de cierta manera, a ese poder, uno dilatando la implantación de las medidas de recortes que le exigían, el otro por haber tenido la osadía de que esas medidas las aprobara el pueblo en referéndum. Nosotros tenemos delante el 20-N. Se desgañitan los cabezas de listas sobre las medidas que tomarán si llegan al poder. Italia y Grecia son la muetra de que esas promesas son vanas. Acapararán votos para sus partidos, pero no servirán de nada. Serán administradores de órdenes impuestas desde arriba por aquellos poderes. Se cargaron la política y la democracia. Se impone el voto en blanco (critico), no la abstención (abúlica, irresponsable). Una manera de decirles a esos políticos que hasta aquí han llegado. Seguirán, pero no apoyados en nuestros votos.